jueves, 26 de marzo de 2015

Bienvenidos al paraíso

no se nace odiando
el odio se enseña
no se nace rabioso
la rabia se aprende
José Pastor González

Escribe David González en el epílogo de El ruido de los cuerpos al caer (Groenlandia, 2012) que a pesar del flagrante intimismo de este poemario, nos sentimos plenamente identificados con esta falta de aire, con este mal de altura, con esta manzana newtoniana (la vida), ya podrida antes de chocar con el suelo.
Después de leer estas líneas podría ahorrarme todas las siguen, porque es imposible resumir de mejor manera la atmósfera que nos regala -o que nos arrebata- con sus libros el poeta José Pastor (1967).
Disculpen mis escasas dotes de sabueso. Me ha sido imposible seguir el rastro de Cuidado con el perro (Ediciones RaRo, 2009), primer poemario de José Pastor. Pero, a cambio, me ha bastado con una lectura canina de El ruido de los cuerpos al caer (Groenlandia, 2012) y de Alguien tiene que limpiar la mierda (Ediciones RaRo, 2013) -poemario que publicó junto a la poeta Rakel Rodríguez- para asumir mi fragilidad de animal invertebrado.
Pastor nos desnuda con sus versos desnudos. Versos carentes de vestiduras que se presentan desguarnecidos ante el lector, un lector que se enfrenta, de este modo, a una realidad sin edulcorantes, sin ánimo de corrección, narrada a través de líneas que se parten, líneas rotas ante nuestros ojos. No hay en sus poemas ni puntuación ni obediencia, no hay reglas ni límites ni artificios. Son poemas para leer cómodamente en tu propio sillón o en una de esas sillas en las que dormitan los clientes de los comedores sociales; al final de la cola del paro o en cualquiera de los descansos del curro; frente a la chimenea en la que quemamos todas las comodidades de nuestro hogar o alrededor de un fuego improvisado sobre el asfalto, o de un cubo de basura que arde. Poemas que saben que nadie debería darnos lecciones de jardinería, que sospechan que entre la basura, como entre las flores, también anida una cierta dignidad. La dignidad del que nunca se resigna.
Y no se resignan. Sus poemas son concisos gladiadores batiéndose en esta irascible lucha de clases y, por eso, les recuerdan a todos los poderosos de la Tierra que ellos tienen (…) la sartén por el mango, / los huevos, el aceite, la sal y fuego / pero yo tengo hambre. Nosotros los hambrientos, los habitantes del mundo virtual. Un mundo que ni existe ni es imaginario. Los que hasta hace bien poco nos conformábamos con llenar el carrito en el super y tomarnos, de vez en cuando, un par de rubias en cualquier tugurio, los mismos que ahora anunciamos sin levantar apenas la voz, con absoluta naturalidad y elegancia: nos estáis echando tanta mierda encima / que estáis abonando nuestro odio.
El poeta les avisa recitándoles su propia experiencia. Por eso, en la pantalla del pecé, ante mis ojos, se confirma el espíritu narrativo de su poesía. La narración da fe, sorbo a sorbo, de la experiencia propia como mera aproximación a la experiencia colectiva, surge de la anécdota personal y se encamina hacia la problemática social. Una poética que nace, sin ambición de perpetuarse más allá del presente, en cualquier parte, porque la armonía puede esconderse en una pintada sin rúbrica plasmada en la pared de un barrio obrero o en los autobuses que, justo a la hora en que el amanecer echa el cierre a los últimos bares, surcan la ciudad camino de las fábricas.
Podría haberme ahorrado estas líneas porque la manzana que besa el suelo ya está podrida y el poeta que escribe lo hace entre la basura. Lejos de las flores. Sin intención de sobrevivir a cualquier precio. Y, pese a todo, en sus palabras se refugia el amor. El amor porque la única manera de combatir esta tristeza / lleva tu nombre. La tristeza que nos abriga. ¿Quién se atreverá a poner fin a la comedia? Quién si viajo sin billete de vuelta para borrarme del mapa / para que sigas tu camino, quién si las calles van muriendo, si la vida no debería parecerse a este paraíso que nos ofrecen.
Uno tras otro, leo los poemas de José Pastor González. Uno tras otro, mientras paseo por versos que abominan de los concursos literarios, mientras asimilo estupefacto que su voz sólo pretende llevarse una bolsa: la de la ropa sucia. Uno tras otro, mientras pienso que nunca deberíamos dejar de mirar hacia arriba, hacia ese lugar inhóspito del que seguirán cayendo nuestros héroes, porque miro al cielo / y maldigo que olvidéis / de donde venís / y quién hace el pan.
Pie de foto: Portada de El ruido de los cuerpos al caer (Groenlandia, 2012).

Poema "No hay bandera blanca en mis ojos", de José Pastor.
Recitado por la poeta Rakel Rodríguez en la presentación del libro "Alguien tiene que limpiar la mierda". Valladolid. 2013.

10 comentarios:

  1. Considero que escribir sobre un poemario es una empresa harto difícil, mucho más que escribir poemas, te felicito, amigo, has razonado lo sentido en los versos de González y así nos lo transmites, con confianza.
    " Y, pese a todo, en sus palabras se refugia el amor. El amor porque la única manera de combatir esta tristeza / lleva tu nombre."
    Impactante. Claro, el amor, que es el motor de los poetas, en el fondo.
    Un abrazo.
    Sete.

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    1. La única forma en la que puedo hablar de un poemario es hablando de mí mientras lo leo. Egocentrismo poético, tal vez. Besos

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  2. Estremece ese texto porque nos llegan tus palabras, las herramientas que usáis los poetas para encandilarnos y decir las verdades más duras de la forma más hermosa.

    Un beso a compartir.

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  3. Vine a través del blog de Setefilla, me gustó saber que además de la fotografía también te destacas en el ámbito de las letras.
    Reconozco que nunca me di bien con la poesía (ni como escritor ni como lector), soy de la prosa, soy prosaico debería decir, sin embargo, creo que la poesía es una forma superior, lo que sucede es que la aprendí muy mal y, a veces, temo que no sea un tipo recuperable.
    Sea como fuer, iré leyendo otras entradas con la atención que se merecen.
    Un abrazo.
    HD

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  4. joder, no es para tanto, pero muchas gracias por la reseña y los apoyos. José

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    1. A mí me han encantado los dos poemarios. Me lo pasé genial leyéndolos. Y también escribiendo sobre ellos. Un abrazo

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  5. Jose es un fuera de serie. En todo.

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