martes, 18 de agosto de 2015

Pregón San Cayetano 2015

Por José Luis Martínez Clares
Gor (Granada), 6 de agosto de 2015

Juan José Gómez presentándome antes de la lectura del pregón. Foto de Jesús Pérez Medina.

"Señor Alcalde, Señores Concejales, Señora Jueza de Paz y demás Autoridades; guapísimas Manolas; queridos familiares, amigos y paisanos.
En primer lugar, quiero agradecer al Alcalde y, por ende, a la Corporación Municipal el que me hayan elegido para leer el pregón de las Fiestas de este año. Es para mí un gran honor. Agradecer también a Juan José Gómez, la presentación que ha hecho de mí. Ha sido mucho más que generosa. Y, por supuesto, agradecer, por último, a la Asociación Cultural Amigos de Gor “San Cayetano” la posibilidad que me brindó al ofrecerme la dirección de su revista y a todas las personas que han colaborado conmigo durante estos años. Son demasiadas para nombrarlas aquí y ahora.

Un momento de la lectura. Foto de Jesús Pérez Medina.

Seguramente, a estas alturas de agosto, ya habréis escuchado el zamorreo de todos los años: “Estas fiestas hay menos gente y los toros son más grandes”. Pero aventuro que este año volveremos a estar los de siempre y, a no ser que desde la Comisión Protoros me lleven la contraria, los novillos seguirán corriendo con holgura por el emocionante callejón de la calle del hierro, una calle que nunca cede a la tristeza porque sabe que pronto llegará el verano, como bien escribe en su poema José Luis Ramírez.

Plaza Mayor de Gor. Foto Martínez Clares, 2012.

Pues bien, el verano ya está aquí para llenar de calidez las silenciosas calles del invierno y, los que conocemos la crudeza de los fríos en nuestro pueblo, la tristeza de las casas cuando se van cerrando al terminar septiembre, la pereza de los meses otoñales de ausencias y despedidas, sabemos muy bien lo que significa la llegada de las fiestas de San Cayetano, sabemos por qué en Gor el tiempo se mide de otra forma y por qué para los goreños la nochevieja siempre cae en diez de agosto.

La Bandera. Foto de Martínez Clares, 2010.

Mis primeros recuerdos de las Fiestas apenas datan de las décadas finales del siglo pasado, cuando Gor era ya una villa en consumado declive demográfico, un pueblo en el que era normal encontrar calles desiertas, en el que los parques y las placetas, a menudo, estaban vacíos, sin niños. Yo fui uno más de aquellos chiquillos afortunados que echaron los dientes en las calles de Gor; uno de esos chiquillos que tanto le deben a sus maestros de entonces; que tanto debemos también a nuestros padres, siempre preocupados de que pudiésemos prosperar, de que tuviésemos una vida mejor que la suya; uno de los que, con el tiempo, empezó a levantarse antes del amanecer para tomar en la Puerta de la Villa cualquiera de las tartanas con las que Salmerón nos llevaba al instituto; uno más de los muchos que regresaban a Gor con hambre, sueño y pocas ganas de estudiar.
Pero, pese a estas circunstancias adversas, no concibo un lugar mejor que Gor para pasar la infancia. Por aquel entonces, y gracias a la libertad que nos regalaba la vida tranquila del pueblo, forjamos amistades que llegan hasta hoy, amistades que no han sucumbido ni a la distancia ni al paso del tiempo porque cada año, por San Cayetano, recuperamos la última conversación en el mismo punto en que la dejamos el año anterior. ¿Qué son las fiestas en Gor sino un homenaje a la vida, a la libertad, a la amistad?

Los toros en el llano. Foto de Martínez Clares, 2005.

Es cierto que en Gor había poca gente y por eso esperábamos la llegada de las Fiestas con cierta urgencia. Agosto nos ofrecía las posibilidades que el resto del año nos negaba. Agosto y sus noches, claro: acordaos de vuestro primer beso, de las primeras reuniones, de la cuerva, de la alameda de Germán, del Tía Julia, de las Fuentezuelas, de vuestra noche del encierro (sí, os hablo de aquella primera noche del encierro, de la que cada uno de nosotros hemos disfrutado en su momento), del banco de la esquina de los Paseores, del miedo sordo en el callejón de la calle del Hierro. Con argumentos de esta magnitud, no es extraño que aquellos niños de los ochenta sigamos ejerciendo de goreños en todas partes, porque ya dijo Rilke que la verdadera patria de un hombre es su infancia. Y tal vez por eso mismo sigamos viniendo a Gor cada año, porque, como escribe nuestro añorado poeta Antonio Agudo, aquí tenemos nuestro trozo de acera, nuestra sombra de árbol, nuestro palmo de río. ¿No creéis que “Poeta Antonio Agudo” es un hermoso nombre para cualquier rincón de Gor?

El encierro. Foto de Martínez Clares, 2015.

Hoy, aquellos niños y jóvenes ya no lo somos tanto. La mayoría de los que esta mañana estamos en la Plaza Mayor de Gor para dar la bienvenida a las fiestas de San Cayetano, lo hacemos acompañados de nuestros hijos y para ellos reservamos nuestros mejores deseos. No sé vosotros, pero yo para mi hija sólo pido que, llegado el caso, también disfrute aquí de su primer beso, de las primeras reuniones, de una alameda que se parezca un poco a la de Germán, de la sequedad de las Fuentezuelas, del banco de la esquina de los Paseores y de su primera y legendaria noche del encierro. Creo que no es mucho pedir si pido que algún día ejerza de goreña, esté donde esté, y que cada año venga a Gor a recuperar su trozo de acera, su sombra de árbol y su palmo de río, que encuentre aquí, entre vuestros hijos, amigos inolvidables, amigos que no dependan de cualquier contratiempo estúpido, amigos que se sientan, al menos, tan goreños como ella, tan goreños como lo somos todos nosotros.

El crudo invierno. Foto de Martínez Clares, 2013.

Ya termino. Sólo me queda desearos a todos los presentes que paséis unas felices fiestas, que, si no os ha pasado ya, perdáis la cobertura de vuestros móviles en las próximas horas, que nada de lo que os suceda estos días sea virtual, que los toros no sean más grandes ni más rápidos que los del año pasado, y que la música os seduzca hasta el amanecer.
Ánimo, goreños, que ya huele a toro. Disfrutad mucho y cuidaos lo justo. Y ahora gritad todos conmigo:
¡Viva Gor!
¡Viva San Cayetano!"

Iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación (siglo XVI). Foto de Martínez Clares, 2015.

14 comentarios:

  1. Tienen en ti los goreños a un solícito embajador; debió ser algo muy grande para ti dar ese pregón, enhorabuena, amigo.
    Un abrazo.

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  2. Asaltan las ganas de tirarse a mirar la calle desde su raíz, así como en la imagen. Que pase el toro benévolo y nos deje mirar, esa metáfora de nuestras corridas humanas. Siempre tan apurados nosotros, siempre tan creídos y "poderosos", pero hay que ver la tierra desde los ojos del pastor y la flor blanca del amigo. Esta entrada me recuerda imágenes de La lengua de las mariposas, esa película inolvidable. Gratos agostos, José Luis y que venga el toro del otoño. Algo aprecio en su embestida, como tú, algo que me estremece.

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  3. Enhorabuena por el honor de ser pregonero en tu pueblo, José Luis. Qué dentro se lleva la tierra de uno, y que satisfación la de poder pregonarlo allá donde uno vaya, el lugar donde tuvo acomodo el paraíso de la infancia. Un abrazo muy grande.

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    1. Estemos dónde estemos siempre hay un lugar al que regresar. Gracias, amigo Juan. Venga ese abrazo.

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  4. Qué privilegio y qué hermosura de recuerdos, José Luis. Es estupendo "tener pueblo", los que nacimos en ciudades grandes nos queda el barrio..pongamos que hablo de Madrid o del túnel de las Delicias..
    Un bonito pregón traspasado de nostalgia.

    Un beso

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    1. Un pueblo es, de alguna forma, un barrio. Claro que los barrios de ahora están llenos de desconocidos y su fisonomía urbana, su memoria, sus costumbres son ya demasiado frágiles. Gracias, amiga. Un beso

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  5. Yo también tengo mi Gor particular y me he visto, mi infancia y yo, reflejada en muchas de tus líneas. Me ha encantado tu pregón, tierno, nostálgico y entrañable.

    Un beso, José Luis.

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  6. Y no te dieron ganas de decir como en Berlanga.....os debo una explicación....jajaja....pues nada, espero que lo disfrutases, da gusto verte....un abrazo

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    1. Ah. Berlanga sólo hubo uno... y no todo el mundo lo entiende. Yo también soy un austrohúngaro. Un abrazo

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  7. Qué honor más grande, ser pregonero de tu pueblo. José Luis. Un buen pregón

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