jueves, 23 de noviembre de 2017

El alma dormida


Os lo aseguro: no es fácil escribirle a un poeta, aunque este sea eléctrico. No es fácil escribirle a alguien que entrega su vida a la travesía del desierto. Sé de lo que hablo porque en mi primer libro le dediqué un poema a José Ignacio Lapido, una conjunción de versos que resultó -ahora lo veo- en exceso pretenciosa. Desde entonces, decidí no volver a tentar a la suerte y dediqué mis esfuerzos poéticos a cuestiones más mundanas. Súbitamente, apostaté de mis precarios principios, dejé de codiciar la comunión “en el agnóstico recreo / de los dioses” y comencé la búsqueda de una voz propia, una voz que se pareciera un poco más a mí. Una vez más, el apellido Lapido se cruzaba en mi camino justo en el momento necesario: quién podría negarle al maestro el don de la oportunidad.

4 comentarios:

  1. Qué estupendo volver a Manrique a través de tu texto, y viajar a la voz y la guitarra de Lapido, concretamente a "Como si fuera verdad", que escucho ahora mismo, y pensar en ese camino en Cabo de Gata -si es Rodalquilar, como dices, lo conozco bien, créeme-. Admiro la fidelidad que expresas hacia tu música. Un abrazo.

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    1. Admiro a Lapido, a Manrique, a Herrezuelo y a Rodalquilar. Y a cualquier caminante del desierto o de la palabra. Un abrazo

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  2. Acabo de abrir el enlace para leer el artículo entero. Es el mejor texto que se ha escrito y que se vaya a escribir del nuevo discazo de Lapido, así como te lo digo, estimado amigo José Luis, a la altura de tan magna obra. Abrazo.

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