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Despedida de San Cayetano, de Fran Jiménez. |
Hay un brillo inusitado en esta
oscuridad de la iglesia. Un brillo que ha surgido en medio de la negrura para
ponerle la guinda. ¿Qué hago yo aquí?, se pregunta. Pero, ¿alguien
podría entender la luz sin la existencia de sus sombras? With or without you.
Las mejores cosas de la vida dependen de la Física. O de la Química. Ahora
mismo no lo recuerdo con exactitud. La luz, la energía, la gastronomía, el
amor. Sí. El amor también. Al menos eso concluyen los científicos, desde sus
oscuros laboratorios, cada vez que se sienten enamorados y corren hasta sus
casas para reproducirse. Me gusta la foto. Me gusta porque hay en ella una luz
imprudente que se ha internado, casi sin darse cuenta, en territorio hostil. Y,
donde hay luz, suele haber amor. El amor es una bombilla que se enciende sobre
nuestra tristeza. Busquémoslo: hay amor en las dos siluetas que se alejan hacia
la puerta del templo, una puerta donde las esperan impacientes los martinicos
-si no son ellos, lo parecen-. Hay amor en sus manos entrelazadas que suponen
el punto de fuga de la imagen. Todo gira alrededor de esas manos. Y también hay
mucho amor en la manera en que Fran Jiménez las mira desde su objetivo cuando
confirma que van a cruzar la puerta hacia otro mundo muy diferente. Por el
título, sé que las dos siluetas acaban de despedirse del Patrón. Por la imagen,
que regresan a la realidad. En unos instantes, van a cruzar el espejo de
Alicia. Eso van a hacer. Aunque ellas no lo sepan, están recorriendo el camino
inverso a la fantasía. Y Fran las ve partir mientras aprieta el disparador de
su cámara. Las ve partir igual que las verá partir el año que viene. Y el
siguiente. Y así sucesivamente hasta que esas dos siluetas se igualen en
estatura y, tal vez, ya no entrelacen sus manos para cruzar el espejo. O tal
vez sí. Porque los espejos es mejor cruzarlos de la mano de alguien en quien
confías, alguien que lleva todos tus papeles en regla, alguien que te traerá de
regreso cuando llegue el momento de regresar. El regreso también debería ser
una cuestión de Física y Química. Como el amor a lo que se va perdiendo. Como
la luz que cada siete de agosto entra en la iglesia de un pueblo olvidado para
recoger a sus moradores y jugar un rato con sus sombras. Con las pocas sombras
que nos quedan.
Publicado en la revista Puerta de la Villa (Diciembre de 2018)
Las iglesias, aún más las catedrales, tienen ese don del que careen todos los demás edificios, salvo tal vez los museos o las bibliotecas. La luz es la negación de la sombra o al revés. Ambas son inevitablemente una sola. No hay nada más. Precioso texto. Nos quedan muchas sombras y muchas luces, José Luis.
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