miércoles, 4 de marzo de 2020

Presentación de Arteratura

Manuel despierta el día que ha señalado para acabar con su vida y la de su esposa. Así, con una mortecina concesión a la esperanza, comienza uno de los relatos de Arteratura, el libro que aglutina las historias que Fernando Martínez López ha urdido durante años alrededor del mundo de la literatura, la música y el cine. El día que ha señalado para acabar con su vida y la de su esposa. Sólo los grandes narradores se atreverían a comenzar un relato de esta manera, me refiero a comenzarlo tan cerca de su desenlace, a comenzarlo justo antes del momento exacto en que se aproximarían a esa historia de muerte y redención los telediarios, los tertulianos de medio pelo y los grupos más beligerantes de Facebook, a comenzarlo en el momento decisivo, cuando ya parece que sea imposible para los personajes echar el freno y dar marcha atrás. Pero Fernando sabe muy bien lo que hace. Fernando domina la estructura y el ritmo de sus narraciones, y es consciente, además, de que nada resulta más efectivo que plantarse ante el lector y espetarle lo que va a suceder, espetárselo como queriendo decirle: “Esto es lo que hay. Intenta evitarlo”. La verdad lo es aunque duela. Lo es aunque en realidad se trate de una ficción que nace de esas otras ficciones literarias, cinematográficas o musicales que han marcado la trayectoria vital de Fernando. Porque nuestras vidas suelen tener su banda sonora, y su álbum de fotogramas imborrables, y sus páginas marcadas a lo largo de todos los libros que hemos leído y que han hecho de nosotros, de alguna manera, lo que somos. Y también lo que nunca vamos a ser. 
De Fernando Martínez López, por ejemplo, conocemos algunas cosas porque él mismo se ha encargado de que las sepamos. Veamos. Que nació en Jaén a mediados de los sesenta pero que se vino siendo niño a Almería, donde con los años se doctoró en Ciencias Químicas. Que en su juventud fue un dignísimo saltador de triple salto. Que tuvo sus escarceos como docente en la Universidad de León y que, de regreso a la ciudad celeste, terminó ejerciendo de profesor de Química en un instituto de la capital. Que ha publicado artículos de divulgación científica en revistas especializadas. Que es miembro del Instituto de Estudios Almerienses y de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios y que participa en el Circuito Literario Andaluz del Centro Andaluz de las Letras. Que el Parque Natural de Cabo de Gata es el Parnaso donde se cita habitualmente con las musas. Se ve que las suyas no son tan escurridizas como las mías. Que muchos de sus relatos y novelas han obtenido premios en los más variopintos lugares de nuestra geografía y en certámenes de muy distinto pelaje -destacan sobre el resto, a mí modesto entender, el XXXIII Premio de Novela Felipe Trigo que obtuvo por su libro “Tu nombre con tinta de café”, y el haber sido finalista del XVI Premio de Novela Fernando Lara con la obra “Tiempo de café y cenizas’-, siendo en la actualidad, probablemente, el narrador almeriense más leído. Todo esto lo sabemos porque Fernando, por diferentes medios, nos lo ha contado. 
Pero hay otras cosas de Fernando Martínez López, tal vez las más importantes aunque carezcan de importancia, que he descubierto durante los días previos a este acto leyendo Arteratura. Gracias a este conjunto de relatos sé que Fernando quería mucho a nuestra querida Pilar Quirosa – Cheyrouze, pues a ella le dedica el libro; que al cine le debe gran parte de sus días de vino y rosas, y su bueno y su feo y su malo, y algunas de esas noches de lluvia negra que todos padecemos tarde o temprano, y la capacidad de gritar ante la adversidad que la vida es bella; que para él las calles de nuestros pueblos no serían lo mismo sin un músico callejero que llevarse al oído y que muchas de las ciudades que transita darían la vida por poder tararear su propia Strawberry Fields forever o, llegado el caso, alguna de los Doors que no resultase en exceso pretenciosa; que su vida de lector -es decir, la vida- pudo cambiarle por completo cuando se encontró a una mujer emparedada entre las páginas de un libro, o cuando descubrió a un caballero de triste figura luchando contra los gigantes que todos hemos consensuado llamar molinos, o cuando aquel gran amor, al que un aparcero decimonónico esperaba ante el altar en la madrugada del cortijo del Fraile, huyó ante sus narices dejándole el aroma de la tragedia prendido a la yema de los dedos. No pretendo destriparles el libro de Fernando, pero sepan ustedes que en sus páginas van a encontrarse con el Noi del Sucre, con el fondo Kati, con Cortázar, Muñoz Molina, Hemingway, Tolstói y Federico, con Eastwood, Benigni, Braschi y Lennon, con Morrison, Dylan, Beethoven y Morricone. Todos ellos les mirarán sin disimulo desde las mismos renglones en los que Manuel se despierta el día que piensa acabar con su vida y la de su esposa, y todos ellos defenderán su huella en este libro de historias varadas en Almería, y todos vivirán para siempre -si les dejan- en estos párrafos llenos de besos, renuncias, desahucios y recuerdos, párrafos -como bien escribe Fernando- tan emocionantes como el rumor de las olas en una playa que se ha frecuentado de niño.

Por José Luis Martínez Clares


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