sábado, 29 de agosto de 2020

El que pierde, gana.

Josémanías (Martínez Clares, 2014)


No ha tardado en descubrirme. Normal. Estamos los dos solos en la plaza y eso me convierte en una presa fácil. Aun así, he tenido tiempo de hacerle tres fotos. Clic. Clic. Clic. Soy un tipo rápido cuando aprieto el gatillo. Tres. Qué remedio. En las dos anteriores, Josemanías tenía un mal gesto. Uno de esos gestos que sólo nos permitimos cuando nos creemos a salvo de todas las miradas. Una queja callada. Sí. Un pedirle explicaciones a alguien que no suele darlas. Algo así. Pero la tercera es diferente. La tercera me gusta. Me gusta sobre todo que, al verme, haya relajado su mirada. Casi parece que vaya a sonreír al objetivo. Tal vez, Josemanías, como cualquiera de nosotros, esconda tras sus excentricidades una pizca de vanidad. De repente, me siento algo ridículo: estoy en cuclillas, a veinte metros de él, buscando un ángulo bajo que aumente el dramatismo de una escena que, la verdad, carece de dramatismo: Josemanías en la plaza. ¿A quién podría interesarle? Me levanto. Me acerco. Somos vecinos de la Percheles. De toda la vida. “Frutos”, le digo al llegar. Tengo esa costumbre desde la infancia, la costumbre de nombrarle por su apellido, como cuando escuchaba a mi amigo Fran llamarle así, con una mezcla perfecta de ironía y afecto. Frutos. Él tampoco me ha llamado nunca por mi nombre. Al señalarme, rememora a mis ancestros. Recorre una a una todas las ramas de mi árbol genealógico. Eso hace: irse por las ramas. Me dan ganas de celebrarle con un “¡qué bien vives, José!”, pero me arrepiento. No quiero que me responda con un “¡pues vive tú igual!” como el que les soltó indignado a aquellos viejos de la fuente que pretendían afearle su conducta. Le miro. Me mira. Y nos callamos. El mundo se acaba. Eso susurran sus ojos. En cinco o seis años habrá muerto, y yo desempolvaré esta foto para ponerla en la revista del pueblo, y la narraré en presente para sentirlo vivo y poder dedicarle unas líneas. Y, de alguna forma, lo añoraré. Añoraré a Josemanías y a todos los tipos entrañables que deambulan por las calles de Gor rondando los márgenes de la sensatez. Pero mientras llega ese miércoles de un mes de enero de 2020, Josemanías sigue dejando correr la mañana en la plaza del pueblo y, parapetado detrás de nuestro silencio, quizás piense que la vida debería regirse por las mismas reglas que pactaron para las partiditas de cartas que echaba con el poeta Antonio Agudo en el Hogar del Pensionista, porque la vida sería más justa si también pudiese jugarse a “el que pierde, gana”.


Publicado en la revista Puerta de la Villa. Agosto de 2020.

2 comentarios:

  1. Querido amigo José Luis:
    Me ha encantado tu rememoranza del amigo Frutos, sin duda un tipo peculiar donde los hubiere.
    Tuve la suerte de tropezármelo muchas veces, las mismas que siempre departíamos sobre los temas más variados, eso sí, a su amor, pues de todos es sabido que él siempre se manejaba a su aire y nunca al de los demás.
    Gracias por tu entrañable recuerdo.
    Un abrazo.

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