A mi amiga no le gustan las historias que acaban “mal”, pero las que realmente detesta son las que “no terminan en nada”. Me cuenta que nunca ha disfrutado de las lecturas “borrosas” porque odia los caminos que se bifurcan, las palabras que debieran haberse dicho, las puñaladas que no se han dado. De las escasas certezas que puede regalarnos la literatura, siempre elige aquellas en las que no cabe una sola duda.
En cambio, yo le digo que, cuando escribo, siempre dejo una puerta abierta a mis versos para que el lector pueda llevárselos lejos de aquí, porque pienso que sugerir es la mejor manera de contar una historia entre dos.
Pie de foto: Caminantes y reptiles. Martínez Clares, 2008.
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