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jueves, 19 de abril de 2018

Doctorado en vientos



Doctorado en vientos (Letra Impar, 2018), cuarto poemario de José Luis Martínez Clares, supone un justificado y merecido homenaje a la figura de Javier Egea y a su genial Troppo mare, que se gestó durante una estancia del granadino en La Isleta del Moro. Espléndidamente ilustrado por la Agrupación de Acuarelistas de Andalucía, Doctorado en vientos está prologado por la poeta asturiana Laura Fjäder y cuenta con una introducción del escritor Manuel Cruz.

Doctorado en vientos es el arma frente al exceso y la grandilocuencia de un autor que desafía el encorsetamiento teórico. José Luis Martínez Clares forcejea con sus contradicciones en márgenes peligrosos mientras bebe del recuerdo para Javier Egea. Sus constantes emocionales y el trayecto vital se vinculan rechazando el discurso pretencioso y totalizador que castra la poética de tantos, para encontrarse en la quietud y el movimiento de los espacios de tránsito, en las islas comunes donde dolerse, en mares distintos y laberintos plagados de referencias que sería egoísta desvelar aquí”.
Laura Fjäder, del Prólogo del libro.

“Humanismo militante que se niega a rendir sus banderas de dignidad y justicia ante la violenta mansedumbre del ciego egoísmo de supervivencia hacia el que nos empuja el orden ideológico dominante: engolado en sus declaraciones y propuestas, humanista en el marketing, pero cruel y despiadado con los excluidos, los vencidos definitivamente en esta guerra invisible y traidora, sin nombres y sin fronteras”.
Manuel Cruz, de la Introducción del libro.


jueves, 23 de noviembre de 2017

El alma dormida


Os lo aseguro: no es fácil escribirle a un poeta, aunque este sea eléctrico. No es fácil escribirle a alguien que entrega su vida a la travesía del desierto. Sé de lo que hablo porque en mi primer libro le dediqué un poema a José Ignacio Lapido, una conjunción de versos que resultó -ahora lo veo- en exceso pretenciosa. Desde entonces, decidí no volver a tentar a la suerte y dediqué mis esfuerzos poéticos a cuestiones más mundanas. Súbitamente, apostaté de mis precarios principios, dejé de codiciar la comunión “en el agnóstico recreo / de los dioses” y comencé la búsqueda de una voz propia, una voz que se pareciera un poco más a mí. Una vez más, el apellido Lapido se cruzaba en mi camino justo en el momento necesario: quién podría negarle al maestro el don de la oportunidad.

lunes, 8 de febrero de 2016

De generaciones

Foto1: De izquierda a derecha, Carlos Barral, J. M. Caballero Bonald, Luis Marquesán, Jaime Gil, Ángel González y Juan Ferraté, junto a la tumba de Machado en 1959. (Foto del libro “Partidarios de la Felicidad”, Círculo de Lectores. Barcelona, 2000). Foto 2: Poetas participantes en “Ninguna voz es la mía. I Encuentro de Poesía Joven” (Foto de Laura Rosal, Baeza, abril de 2012). 

Hace unos años, diez jóvenes poetas (algunos de los cuales están respondiendo sobradamente a las expectativas puestas en ellos) se retrataron en Baeza, vestigio docente de Antonio Machado, del mismo modo que medio siglo antes lo hicieran otros jóvenes poetas ante su tumba de Colliure. Con “ninguna voz es la mía”, aquel Machado de enormes soledades rompía con la estética modernista y abría camino a una nueva concepción de la poesía. Por ello, tal vez consideren los nuevos líricos de cada época que nada de envergadura puede emprenderse si no se parte desde las vecindades del sevillano. De ambas instantáneas, tan distantes en el tiempo, se desprende una misma intención de acta fundacional, de nacimiento de una generación que busca lugares comunes en las proximidades de la impronta machadiana.

Vista del Mediterráneo desde la terraza del Hostal-Restaurante de La Isleta del Moro (Martínez Clares, 2008).

Los gestos están muy bien, pero el mejor homenaje que se le puede hacer a un poeta -dead or alive- es abrir uno de sus libros. Somos muchos los que hemos crecido en los Campos de Castilla alimentándonos de Proverbios y Cantares, siguiendo el rastro de aquellos aoutlaws fronterizos del noventa y ocho, pero, pese al gusto por el etiquetado que atesoraban nuestros instructores, no entiendo las generaciones literarias, pues en la Poesía, como en la vida, me parecen imprescindibles los lobos solitarios. No obstante, si tuviese que elegir un lugar propicio para cimentar una, me decantaría por la Isleta del Moro. Y no porque allí versificase muchas de sus penumbras el gran Javier Egea, sino más bien por la milagrosa zarzuela de marisco que sirven en su hostal-restaurante. Seguro que no es esto lo que esperaban de mí, pero de estas pequeñas degeneraciones también vive el verso.