Luis García Montero recordaba estos días un poema de López Velarde -La suave patria- para defender que ante la violencia merece la pena apostar por esa otra patria que es la vida cotidiana. La patria de cada uno de nosotros que, sumadas, configuran la patria enorme y abstracta que siempre se esconde tras una bandera.
No sin razón escribe Juan José Millás, con los pies en el suelo (esa forma extinta de andar por el mundo), que, mientras los telediarios informan de nimiedades y guerritas de claustros de primaria, ha llegado el crudo invierno y entre nosotros hay gente con los labios morados de frío. Al leer esto, es cuando uno capta toda la esencia de lo que quiere decirnos García Montero al afirmar que nuestra patria debería ser la vida cotidiana, esa vida que nunca encontrará una bandera que la abrigue.
Uno asiste con una indiferencia creciente a la exhibición de patriotismos de todo pelaje, pero confieso que me duele la idea de que la patria sea la vida cotidiana, no por incierta, sino por lo pobre que es mi vida cotidiana en comparación con las vidas posibles que imaginé un día, tal vez incluso en la infancia, allí donde realmente reconozco una patria a la que añorar terriblemente. Abrazos sin banderas.
ResponderEliminarRilke tenía mucha razón, pero virgencita virgencita que me quede como estoy. Con toda mi pobreza. Por si acaso. Un abrazo fuerte
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