Por Pilar Quirosa Cheyrouze.
El primer poemario del escritor granadino José Luis Martínez Clares, representa el reflejo de una andadura que, como todo espacio vital, está llena de claroscuros a nivel vivencial y anímico. Un libro que contiene claves simbolistas, donde la metáfora goza de un gran juego poético, nacido para acrecentar el significado de la palabra y hacerla sustancial en el reflejo de esos extramuros de la conciencia que domina el poder de los silencios.
La memoria, los recuerdos, navegan por la cartografía de esa ausencia que deja entrever huellas erráticas, entre los parajes de la nueva sentimentalidad y el barroquismo por el que se trazan los cauces de un pasado irredento y un futuro inconsistente. Las batallas se libran desde la soledad de los cuerpos, donde las demoras son imprescindibles antes de alcanzar el ocaso de la luz, donde los imperativos llenan un espacio necesario para quien sabe que la vida es la expresión más alta de las estaciones del lenguaje.
El rostro se demora ante el cristal de una ausencia llena de soledades, y en ocasiones es demasiado fugaz la felicidad que se esconde tras una m mirada. Hay personajes que se mueven por túneles llenos de desencantos y regresan, una y otra vez, para recordarnos que, a veces, tan sólo existen vías muertas. El celuloide se encarga de revisar el fluir de un tiempo irrepetible, fijado para siempre en la retina. La mujer del cuadro, de Fritz Lang, o el recuerdo de los directores Billy Wilder o Dalmer Daves. Trasuntos de esa sentimentalidad rescatada de la pantalla, desde la tragedia bélica, impactante, como esa realidad ficcionada que nació un día desde El puente sobre el río Kwai, de David Lean.
La constancia literaria también está inmersa en el gusto por los clásicos o en la tragedia lorquiana representada por la arquitectura del Cortijo del Fraile, la narratividad expresa en cada secuencia compartida, la magia de un instante.
Detrás de cada historia, en sí misma, reaparece el componente del paso del tiempo envuelto en materiales de olvido. La historia íntima, peculiar, que se mueve, irredenta, hacia un camino de reconstrucción o fracaso. Así, Troya, en el vaticinio de Casandra.
Ese gusto clásico, en Tardes de silencio. Anuncio por palabras: “Se precisa cariátide/ para sustentar la bruma”. Una imagen que juega con la evocación, la construcción y el equilibrio, la geometría que se recorre con una mirada. El amor, origen y destino, el tren detenido, a veces, en los andenes de la memoria.
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