Cuenta Joaquín Sabina que, cuando
llegó a Madrid por primera vez, los edificios le parecieron demasiado altos,
las mujeres demasiado guapas y el güisqui demasiado caro. No era más que un
chaval de pueblo estupefacto ante un mundo nuevo, pero ese apocamiento
provinciano, del que hoy casi nadie puede presumir, le ayudó a dar la
importancia justa a cada cosa.
Deben ser muchos los males que se
curan viajando, pero me temo que en este tiempo empachado de posibilidades
hayamos perdido cualquier oportunidad de sorpresa. Son ya pocas las miradas
asombradas y asombrosas, las miradas de quienes se adentran en territorios absolutamente
desconocidos, las miradas en las que antes solía ocultarse la más sincera forma
de respeto.
Pie de foto: Joaquín Sabina. Sitio web de la imagen.
Muy cierto querido amigo, muy cierto, pero yo aún me sigo quedando de piedra ante lo que oigo y veo.
ResponderEliminarBesos
Eres una afortunada. Besos
Eliminar"El pesimismo moderno es expresión de la inutilidad del mundo moderno - no del mundo y de la existencia", decía Nietzsche. Pero luego está Baudelaire el primer poeta urbano: "... esas largas paredes negras, tediosas para el ojo, siniestro cinturón del anchuroso cementerio que llamamos una gran ciudad." Y es que es de mal gusto casi todo lo que se considera oficialmente de buen gusto, amigo mío. Es de mal gusto casi todo, en esta vida, porque la cultura burguesa y la cultura hortera, que es su continuación, nos ha inundado de cosas feas. Otra revolución urgente es la revolución estética. Por eso frente a la mirada transfiguradora existe la mirada claudicante. El desánimo, la tristeza, el aburrimiento, la desesperanza solo permiten ver un paisaje desolado e intransitable. Dice Rilke que la belleza no es más que ese grado de lo terrible que todavía soportamos. Es cierto. Y el loco/cuerdo de Antonin Artaud escribió desde el manicomio: "... volverá para arrojar al viento el polvo de un paisaje que la vida ya no puede soportar." Yo soy de ciudad y me deprimo, pero cuando voy a los pueblos mi depresión sigue intacta: las bolas de rastrojos al final de una calle polvorienta. El ladrido a lo lejos de un perro en una tarde fría de domingo. Esos niños que juegan en el llano y que uno ya ve la continuación de unos padres que cenan en silencio...
ResponderEliminarAbrazos, amigo.
Cuesta más ir de la ciudad al campo que al revés. Ahí quedan pocas sorpresas. Abrazos
EliminarDemoledor, hermoso y cierto. Palabras Efímeras es un oasis del ciberespacio que invita a la lectura... Gracias JL M Clares, me gusta visitarte, Anna
ResponderEliminarGracias, amiga Anna. Besos
EliminarSabina un apocado?? Si èl lo dice.....mira ya encontrè un nuevo motivo para sorprenderme...un abrazo
ResponderEliminarAlguna debilidad de su adolescencia, sin duda. Después ha practicado poco la contención. Un abrazo
EliminarPara ciertas personas (entre las que me encuentro) el asombro sucede hoy a la inversa, en la llegada al mundo rural desde la ciudad, siendo el asombro mayor cuanto más pequeño es el pueblo y más perdido está en medio de la naturaleza. Ayer fue la Alpujarra almeriense, la humedad de la lluvia reciente entre olivos y almendros, el olor del tomillo y el de la tierra mojada hasta muy adentro, las nubes bajas cubriendo las cimas de las montañas, todo demasiado, también: demasiado hermoso. Un abrazo
ResponderEliminarVolver al pueblo... los mayores siguen siendo esos personajes de cualquier novela de Miguel Delibes. Se paran y mirar al cielo para recibir las buenas o las malas noticias. Pero los jóvenes son iguales que los de la ciudad. Dentro de un tiempo el pueblo será cada vez menos sorprendente. Abrazos
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