Por José Luis Martínez Clares
Gor (Granada), 6 de agosto de 2015
Juan José Gómez presentándome antes de la lectura del pregón. Foto de Jesús Pérez Medina. |
"Señor Alcalde, Señores
Concejales, Señora Jueza de Paz y demás Autoridades; guapísimas Manolas; queridos
familiares, amigos y paisanos.
En primer lugar, quiero agradecer
al Alcalde y, por ende, a la Corporación Municipal el que me hayan elegido para
leer el pregón de las Fiestas de este año. Es para mí un gran honor. Agradecer
también a Juan José Gómez, la presentación que ha hecho de mí. Ha sido mucho más
que generosa. Y, por supuesto, agradecer, por último, a la Asociación Cultural
Amigos de Gor “San Cayetano” la posibilidad que me brindó al ofrecerme la
dirección de su revista y a todas las personas que han colaborado conmigo
durante estos años. Son demasiadas para nombrarlas aquí y ahora.
Un momento de la lectura. Foto de Jesús Pérez Medina. |
Seguramente, a estas alturas de
agosto, ya habréis escuchado el zamorreo
de todos los años: “Estas fiestas hay
menos gente y los toros son más grandes”. Pero aventuro que este año volveremos
a estar los de siempre y, a no ser que desde la Comisión Protoros me lleven la
contraria, los novillos seguirán corriendo con holgura por el emocionante callejón
de la calle del hierro, una calle que nunca cede a la tristeza porque sabe que
pronto llegará el verano, como bien escribe en su poema José Luis Ramírez.
Plaza Mayor de Gor. Foto Martínez Clares, 2012. |
Pues bien, el verano ya está aquí
para llenar de calidez las silenciosas calles del invierno y, los que conocemos
la crudeza de los fríos en nuestro pueblo, la tristeza de las casas cuando se
van cerrando al terminar septiembre, la pereza de los meses otoñales de
ausencias y despedidas, sabemos muy bien lo que significa la llegada de las
fiestas de San Cayetano, sabemos por qué en Gor el tiempo se mide de otra forma
y por qué para los goreños la nochevieja siempre cae en diez de agosto.
La Bandera. Foto de Martínez Clares, 2010. |
Mis primeros recuerdos de las
Fiestas apenas datan de las décadas finales del siglo pasado, cuando Gor era ya
una villa en consumado declive demográfico, un pueblo en el que era normal
encontrar calles desiertas, en el que los parques y las placetas, a menudo, estaban vacíos, sin niños. Yo
fui uno más de aquellos chiquillos afortunados que echaron los dientes en las
calles de Gor; uno de esos chiquillos que tanto le deben a sus maestros de
entonces; que tanto debemos también a nuestros padres, siempre preocupados de
que pudiésemos prosperar, de que tuviésemos una vida mejor que la suya; uno de
los que, con el tiempo, empezó a levantarse antes del amanecer para tomar en la
Puerta de la Villa cualquiera de las tartanas con las que Salmerón nos llevaba
al instituto; uno más de los muchos que regresaban a Gor con hambre, sueño y
pocas ganas de estudiar.
Pero, pese a estas circunstancias
adversas, no concibo un lugar mejor que Gor para pasar la infancia. Por aquel
entonces, y gracias a la libertad que nos regalaba la vida tranquila del
pueblo, forjamos amistades que llegan hasta hoy, amistades que no han sucumbido
ni a la distancia ni al paso del tiempo porque cada año, por San Cayetano, recuperamos
la última conversación en el mismo punto en que la dejamos el año anterior. ¿Qué
son las fiestas en Gor sino un homenaje a la vida, a la libertad, a la amistad?
Los toros en el llano. Foto de Martínez Clares, 2005. |
Es cierto que en Gor había poca
gente y por eso esperábamos la llegada de las Fiestas con cierta urgencia.
Agosto nos ofrecía las posibilidades que el resto del año nos negaba. Agosto y
sus noches, claro: acordaos de vuestro primer beso, de las primeras reuniones, de
la cuerva, de la alameda de Germán, del Tía
Julia, de las Fuentezuelas, de vuestra noche del encierro (sí, os hablo de
aquella primera noche del encierro, de la que cada uno de nosotros hemos
disfrutado en su momento), del banco de la esquina de los Paseores, del miedo sordo en el callejón de la calle del Hierro. Con
argumentos de esta magnitud, no es extraño que aquellos niños de los ochenta sigamos
ejerciendo de goreños en todas partes, porque ya dijo Rilke que la verdadera patria de un hombre es su
infancia. Y tal vez por eso mismo sigamos viniendo a Gor cada año, porque,
como escribe nuestro añorado poeta Antonio Agudo, aquí tenemos nuestro trozo de acera, nuestra sombra de
árbol, nuestro palmo de río. ¿No creéis que “Poeta Antonio Agudo” es un hermoso nombre para cualquier rincón de
Gor?
El encierro. Foto de Martínez Clares, 2015. |
Hoy, aquellos niños y jóvenes ya
no lo somos tanto. La mayoría de los que esta mañana estamos en la Plaza Mayor
de Gor para dar la bienvenida a las fiestas de San Cayetano, lo hacemos
acompañados de nuestros hijos y para ellos reservamos nuestros mejores deseos. No
sé vosotros, pero yo para mi hija sólo pido que, llegado el caso, también
disfrute aquí de su primer beso, de las primeras reuniones, de una alameda que
se parezca un poco a la de Germán, de la sequedad de las Fuentezuelas, del
banco de la esquina de los Paseores y
de su primera y legendaria noche del encierro. Creo que no es mucho pedir si
pido que algún día ejerza de goreña, esté donde esté, y que cada año venga a
Gor a recuperar su trozo de acera, su
sombra de árbol y su palmo de río, que encuentre aquí, entre vuestros
hijos, amigos inolvidables, amigos que no dependan de cualquier contratiempo
estúpido, amigos que se sientan, al menos, tan goreños como ella, tan goreños como
lo somos todos nosotros.
El crudo invierno. Foto de Martínez Clares, 2013. |
Ya termino. Sólo me queda
desearos a todos los presentes que paséis unas felices fiestas, que, si no os
ha pasado ya, perdáis la cobertura de vuestros móviles en las próximas horas,
que nada de lo que os suceda estos días sea virtual, que los toros no sean más
grandes ni más rápidos que los del año pasado, y que la música os seduzca hasta
el amanecer.
Ánimo, goreños, que ya huele a
toro. Disfrutad mucho y cuidaos lo justo. Y ahora gritad todos conmigo:
¡Viva Gor!
¡Viva San Cayetano!"
Iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación (siglo XVI). Foto de Martínez Clares, 2015. |
Tienen en ti los goreños a un solícito embajador; debió ser algo muy grande para ti dar ese pregón, enhorabuena, amigo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy grande. Gracias, amiga. Un abrazo
EliminarAsaltan las ganas de tirarse a mirar la calle desde su raíz, así como en la imagen. Que pase el toro benévolo y nos deje mirar, esa metáfora de nuestras corridas humanas. Siempre tan apurados nosotros, siempre tan creídos y "poderosos", pero hay que ver la tierra desde los ojos del pastor y la flor blanca del amigo. Esta entrada me recuerda imágenes de La lengua de las mariposas, esa película inolvidable. Gratos agostos, José Luis y que venga el toro del otoño. Algo aprecio en su embestida, como tú, algo que me estremece.
ResponderEliminarEstremecen tus palabras. Besos
EliminarEnhorabuena por el honor de ser pregonero en tu pueblo, José Luis. Qué dentro se lleva la tierra de uno, y que satisfación la de poder pregonarlo allá donde uno vaya, el lugar donde tuvo acomodo el paraíso de la infancia. Un abrazo muy grande.
ResponderEliminarEstemos dónde estemos siempre hay un lugar al que regresar. Gracias, amigo Juan. Venga ese abrazo.
EliminarQué privilegio y qué hermosura de recuerdos, José Luis. Es estupendo "tener pueblo", los que nacimos en ciudades grandes nos queda el barrio..pongamos que hablo de Madrid o del túnel de las Delicias..
ResponderEliminarUn bonito pregón traspasado de nostalgia.
Un beso
Un pueblo es, de alguna forma, un barrio. Claro que los barrios de ahora están llenos de desconocidos y su fisonomía urbana, su memoria, sus costumbres son ya demasiado frágiles. Gracias, amiga. Un beso
EliminarYo también tengo mi Gor particular y me he visto, mi infancia y yo, reflejada en muchas de tus líneas. Me ha encantado tu pregón, tierno, nostálgico y entrañable.
ResponderEliminarUn beso, José Luis.
Los de pueblo somos incorregibles... un beso, amiga.
EliminarY no te dieron ganas de decir como en Berlanga.....os debo una explicación....jajaja....pues nada, espero que lo disfrutases, da gusto verte....un abrazo
ResponderEliminarAh. Berlanga sólo hubo uno... y no todo el mundo lo entiende. Yo también soy un austrohúngaro. Un abrazo
EliminarQué honor más grande, ser pregonero de tu pueblo. José Luis. Un buen pregón
ResponderEliminarUna responsabilidad muy placentera. Gracias, Raúl. Un abrazo
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