El payaso es el poeta en acción.
Henry Miller
Siempre he pensado que la sonrisa
de un payaso tiene mucho de maquillaje. Al menos lo he pensado desde que conocí
a aquel payaso hace unos treinta y cinco años, uno de esos payasos decrépitos
que surcaban España, de pueblo en pueblo, llevando hasta los lugares más
olvidados alguna mínima novedad que despedazase nuestra rutina.
Llegó acompañado tan sólo de un
mono y una vaca hindú. Entre los tres, montaron la carpa ante las miradas
atónitas de niños y viejos. Después, tanteó el ambiente y los gustos locales,
repartió papeles protagonistas entre los lugareños más atrevidos y, de toda esa
mezcolanza, surgió un espectáculo singular que propició hasta tres funciones de
fin de semana. No falté a ninguna. Entre otras cosas porque no había nada más
que hacer y, por eso, pasamos allí varios días acampados con el viejo (justo al
lado de nuestro colegio), protegidos por los rezos de las beatas que nos
advertían de los peligros del circo al salir de misa de siete.
Recuerdo la función como amputada
de un guión de Rafael Azcona: comenzaba con nuestro empresario circense
llevando a cabo pésimos números de magia, regalándonos escenas saturadas de
equívocos en los que el pequeño mono siempre salía triunfante o números extraordinarios
en los que la vaca, descabalgada de su deidad, se comportaba como una simple
vaca para nuestra sorpresa. Después, todo se volvía negociable: la sesión de
cine (gracias a un lastimoso proyector vimos por primera vez El bueno, el feo y el malo); los chistes,
paulatinamente más audaces; los números musicales, en los que algún paisano se
atrevió a debutar por soleás en aquel
improvisado escenario. Pero con todo, lo más absurdo fue un encierro que, para
satisfacer los exigencias locales, nos organizó el viejo con la vaca hindú por
las principales callejuelas del pueblo. Huelga decir que no hubo heridos por
asta de toro. Al concluir cada sesión, se iban apagando paulatinamente las
luces y, mientras los niños nos internábamos lentamente en la madrugada, le
veíamos negociar otro tipo de espectáculos con algún rezagado. A ciertas horas
el circo, como la noche, se hace adulto.
Cada día, al llegar a casa, me
preguntaba cómo podía ese payaso desvencijado, socorrido por un mono y una vaca,
sacar el circo adelante. Mi mente de niño no alcanzaba a comprender que, en
realidad, durante esos días, el viejo consiguió que el circo fuésemos nosotros
mismos.
Aunque a Gor llegaron otros circos,
recuerdo únicamente el de aquel tipo vividor y silencioso, el del viejo crápula
que desmentía en cada número al payaso de Henry Miller, el del personaje que aún
actuaba, cerca de su ocaso, para sobrevivir a la decadencia y a la poesía. Porque
bajo la fingida sonrisa de aquel payaso crepuscular, entre sus escombros, se ocultaba
todavía la tristeza de alguien que seguramente hipotecó su juventud tan sólo
para ver sonreír a los demás.
Pie de foto: Historia de un payaso. Martínez Clares, 2009.
El gran Zambini (Igor Legarreta
y Emilio Pérez Pérez, 2005).
Espectacular. Me han absorvido estas lineas, deberías escribir con más frecuencia así en largo. Decirte que este payaso viejo me ha recordado a un texto de similares características que leí en el blog del escritor Humberto Dib. Y me ha impresionado también el párrafo en donde se dilucida que el circo erais vosotros mismos.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho esta lectura, JLuis.
Buenos días.
Muchas gracias, amiga. El payaso era un buscavidas y su modus operandi consistía precisamente en eso: buscar a los actuantes entre el público asistente, de tal forma que el circo, en esencia, era el pueblo entero o, al menos, la parte del pueblo que se acercaba al circo. Besos
EliminarSiempre me causó asombro ese ir y venir de los circos, los de antes..la vida ambulante, las caravanas donde se "escondian" sus miserias e intrigas..eso debe ser por culpa del cine porque cuando se quitan el maquillaje...se esfuma la magia.
ResponderEliminarLos payasos dan risa y miedo. Así debía ser tu payaso, el de los niños y el de los adultos. Todo va segun la mirada.
Muy bonito tu escrito y el corto, muy emotivo. ¡El Gran Zambini.. Pequeño gran hombre/padre.
Besos
Risa y miedo. La cara oculta de un payaso puede ser tenebrosa pero es imposible darle la espalda cuando te mira. Besos y Feliz Navidad, amiga.
EliminarComo del corto ya sabes que opino....la verdad es que recuperas muy bien esa memoria que era muy común al cotidiano de los pueblos...y que hoy parece desterrada y de tiempos remotos....es una vuelta al disfrute con elementos en apariencia mínimos a los que como bien dices se les sacaba todo el partido, la imaginación jugaba un gran papel....me lo pasé mejor en alguno semejante al que citas que en macro espectáculos de hoy llenos de efectos....y es que tenían magia, o entre todos la fabricabamos... un abrazo
ResponderEliminarLos macro espectáculos lo son por la dimensión, pero un espectáculo de verdad es únicamente el que emociona y eso no se consigue sólo por la grandilocuencia del montaje. Los cinéfilos lo sabemos de sobra. A ti te debo, además, el descubrimiento del corto. Gracias. Feliz Navidad, amigo.
EliminarEl payaso ha quedado relegado a las fiestas de cumpleaños para niños pijos y poca cosa más. El payaso es también palabra de insulto; es palabra de cariño cuando uno hace el tonto. El payaso es algo triste cuando todavía quedan los carteles de la ciudad de ese circo que ya pasó. A mí me gustaban los payasos de la tele porque no iban pintados de esa manera tan grotesca. Stephen King dejó escrito en Doctor sueño que el payaso está sobrevalorado, porque cuando eres pequeño te da miedo y cuando eres grande no te hace gracia. Para Fellini lo era todo. El payaso estuvo durante mucho tiempo en el mayor espectáculo del mundo.
ResponderEliminarQue tengas unas felices fiestas, amigo mío.
Un fuerte abrazo
Ah, los payasos... yo nunca fui de circos pero los desvencijados, los nómadas, los miserables me regalaron gratos momentos y ahora son pura literatura. Feliz Navidad.
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ResponderEliminarJL, la sonrisa del payaso es tan mágica que hace sonreír aunque camufle tristeza.
ResponderEliminarMe encantó. Un abrazo y felices fiestas, Anna
Sonrisas para el mal ajeno. Felices fiestas.
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