Disculpen la tardanza. He estado
fuera unos días, en Lisboa, sin pisarla siquiera, de la misma forma que estuvo
allí aquella chica del instituto hace más de veinticinco años, una chica ni
guapa ni fea, ni tonta ni lista, algo pedante, eso sí, siempre recluida en esos
jerseys de lana que tejían nuestras abuelas, con un lápiz ágil en la mano, lápices
cargados como armas de la memoria, dispuesta a tomar nota de todo lo dicho, una
chica aparentemente letraherida que iba al aula de al lado, una como tantas
otras de nuestros pueblos en una época en la que era más que improbable que
alguien, a los dieciséis, pudiera viajar a Lisboa o a cualquier otra parte si
no era leyendo, por ejemplo, a Antonio Muñoz Molina.
Tecleo Lisboa y emergen en la
pantalla ventanas innumerables: Lisboa es la capital y la mayor ciudad de
Portugal; Lisboa está situada en la desembocadura del río Tajo; hay que viajar
a Lisboa por su cercanía, por sus tranvías, por sus monumentos; el Museo de la Marina es perfecto para los
niños, para los adultos, que adoren los objetos náuticos.
Me ha encantado Lisboa, le dijo en el turno de intervenciones que
sucedió a la breve charla de Muñoz Molina. Me
ha encantado Lisboa. Se lo dijo con la tranquilidad que no suele
concedernos la juventud, con la desidia del viajero que acaba de regresar a la
maldita realidad, con la inercia de alguien que ya ha entregado todo su futuro a
los libros. Y Muñoz Molina, aún poco curtido para estas lides, inhábil todavía
para los acertijos inmediatos del lenguaje oral, para los auditorios
abarrotados de gente que te mira, que te escucha, en los albores de su
prometedora trayectoria como hombre de letras, sin saber aún que al curso
siguiente, con tan sólo treinta y dos años, ya formaría parte del temario de
Selectividad, le preguntó cándidamente que cuándo había estado allí. Y ella,
aquella chica de pueblo que ya apenas tiene rostro ni nombre, sin inmutarse,
derramando las palabras desde su recuerdo, le respondió que había estado tan
sólo hacía unos días, mientras leía El
invierno en Lisboa. ¿No lo sabías? Tú
me llevaste allí.
Las horas ante la pantalla agotan
los ojos, aumentan la tensión de las cervicales, la rigidez de un cuello mal
educado, incrementan mi urgencia por saber algo más: Lisboa es lo
suficientemente pequeña como para no sentirse desbordado por su tamaño; la Baixa comienza en el norte,
en las Praças do Rossio y Restauradores, y es una zona extrañamente
llana entre colinas; la Praça do Comercio es una explanada abierta al
río Tajo; no perderse el barrio de Alfama, la catedral, el castillo; el Chiado
y el barrio alto.
Muñoz Molina, sobrepasado por la
situación, desconcertado en parte por no haber descubierto el juego de aquella
muchacha con la antelación suficiente, sólo pudo bajar la mirada, entre vanidoso
y furtivo, para inmediatamente cambiar de tema.
Desde aquella mañana de mil
novecientos ochenta y ocho, Antonio ha visitado Lisboa al menos tres veces más
y en cada una de ellas ya no era el mismo viajero de la ocasión anterior, ni
tan siquiera el mismo escritor de provincias que nos habló en el instituto. Yo,
en cambio, he tenido que esperar todo este tiempo para poder regresar a Lisboa.
Pero he vuelto a una Lisboa en la que no suena la música del jazz ni se expande
entre la melodía de los metales el humo meloso de los cigarros, la Lisboa que a él también le
pareció una Granada mirando al mar. Esta Lisboa de Como la sombra que se va, la que hoy piso, es una Lisboa portuaria
que huele a salitre y pescado, una Lisboa de hoteles decadentes y sucios, de
bares húmedos, sombríos, bares sin horarios en los que se bebe y se ama mientras
dure el crédito o la salud, la Lisboa
que dio cobijo sin saberlo, durante diez días, al asesino de Martin Luther
King.
En Internet, Lisboa es sólo un
producto que se ofrece al mejor postor: Lisboa en un día, ¿Alguien sabe cómo
narices funcionan los tranvías de Lisboa?, descargue el plano interactivo e
indescifrable de Lisboa. Hay que cerrar la búsqueda, seleccionar pacientemente
las palabras clave, engañar a los buscadores, huir, mientras sea posible, de
los 1100 hoteles baratos de Lisboa: James Earl Ray pasó en Lisboa diez días
tras asesinar a Luther King.
De allí regreso ahora, de la
prosa provinciana de un narrador majestuoso, del lenguaje preciso como único
medio para derrotar al olvido, de las palabras que nacen sólo para reconstruir obsesivamente
los hechos y dar una segunda oportunidad a los personajes, incluso a los que ya
están más que muertos y van a vivir, de nuevo, durante unos minutos o durante
cien páginas si es necesario en la imaginación colosal de Muñoz Molina,
invulnerables ya al paso del tiempo, a la devastación del olvido, a la muerte.
Se retiran las aguas y el Tajo
descubre su frágil legado de pérdidas. Y allí, en Cais das Colunas, junto a la Praça do Comercio, me
encuentro con aquella chica sin nombre que también se irá, como yo, de Lisboa
al día siguiente, apenas lea el último renglón y cierre lentamente el libro que
han acariciado sus manos durante unos días. Me
ha encantado Lisboa. La miro a esos ojos que no recuerdo y acordamos
regresar despacio, juntos, negándonos a abrir otro libro diferente, esperando
que Muñoz Molina nos lleve de viaje pronto. Nuevamente. Donde él quiera.
Pie de foto: Lisboa.
Sitio web de la imagen.
Qué excitación tan gustosa, José Luis, esa de estar leyendo la introducción de un escrito y no saber con exactitud de lo que se está hablando. Entonces, bullen ideas como disparos, que ponen al lector en el camino acertado, y lo retiran de él con la misma prontitud. Luego se adentra en el nudo y va viendo la luz. Sucede que estas líneas, con esos dinámicos saltos en el hilo temporal, tienen tanta luz que deslumbran, y al final uno tiene que admirar a Muñoz Molina, y a ti, por las buenas.Me ha encantado.
ResponderEliminarUn beso.
Pd; revisa el renglón; "con la inercia(...)"
Revisado. Que alguien te lea de esa manera tan minuciosa resulta admirable. Besos
EliminarDespués de leer a Lisboa con Muñoz Molina uno se debate para siempre entre el deseo de volver a Lisboa y el presentimiento de que volver sería abandonarla.
ResponderEliminarUn abrazo.
Cuánta razón tienes. Un abrazo
EliminarEs curioso y admirable, la capacidad de ciertos escritores para llevarnos de la mano,para deambular con ellos..para sentir el aire, la bruma..el empedrado de las calles mojadas, el humo de los bares..
ResponderEliminarPrecioso título le has puesto a tu entrada.
Un beso cómplice, Jose Luis
Viajar sin moverse de la butaca. Como el buen cine. Besos
EliminarVuelvo a Mágina con la frecuencia que una madre requiere. Desde allí podríamos trazar un triángulo literario que completaría sus vértices en Lisboa y Nueva York para circunscribir la geografía literaria esencial y vital de Muñoz Molina. Tu reseña -magnífica- es un auténtico doble viaje iniciático, envuelto en la atmósfera densa de la ciudad creada y recreada en las páginas del maestro. Leerla es más que habitarla: es vivirla.
ResponderEliminarGracias, José Luis.
Amigo Miguel: un triángulo magnífico que partiendo de tu Mágina enmarca al mundo conocido y al que está aún por conocer. Recorrámoslo siempre. De nuevo. Un abrazo
EliminarHe encontrado esta entrada en el blog de mi hijo y he creído oportuno enlazarla aquí. Los ángulos y las perspectivas nos permiten otras visiones y recreaciones dispares.
Eliminarhttp://elprimeratundeulises.blogspot.com.es/2013/06/munoz-molina-y-mi-coleccion-de-munecos.html
Un acierto el enlace. Un autor que habita nuestra memoria. Un abrazo, amigo de Torreperogil
EliminarMe reconozco en tu texto exactamente igual a como me reconozco en los libros de Muñoz Molina. Algo debe de haber de complicidad a tres bandas, de compartidas sensibilidades. Un abrazo i-Magina-nario.
ResponderEliminarUno escribe lo que lee. Pero no creo que nadie escoja sus lecturas de forma caprichosa. Probablemente, al final -como al principio- uno lee lo que escribe o lo que aspira a escribir. Que sigan esas sensibilidades. Aunque a veces nos duelan. Abrazos
EliminarNo recuerdo la ciudad de la que habla Muñoz Molina, pero me hubiera gustado conocerla en 1988, pues sólo era un niño cuando la pisé hace un poco menos de tiempo. Algo parecido a tu experiencia me gustaría vivir con París y revisitarla de la mano de Cortazar.
ResponderEliminarUn saludo, José Luis.
París de la mano de Cortázar. Hay por ahí unas entradas del amigo Juan Herrezuelo en el Loser al respecto del París cortazariano que no tienen desperdicio. Un abrazo
EliminarMe ha encantado Lisboa: eres un guía magnífico. Eso sí, de la mano del maestro Muñoz Molina. Me quito el capote y saludo. Un abrazo
ResponderEliminarMuñoz Molina nos llevó a Lisboa tan jóvenes que en este último viaje casi no pudimos reconocerla. Besos
Eliminarse me fue el comentario al limbo....o a Lisboa, nunca se sabe....te decía que no conozco la ciudad ni he leido el libro, pero que la pasión con la que lo evocas es tal que habrá que poner remedio....un abrazo
ResponderEliminarAhora mismo lo estoy releyendo, amigo Víctor, en un café ruidoso. El invierno en Lisboa. No te lo pierdas. Un abrazo
EliminarHace muchos años que estuve en Lisboa, demasiados, gracias por recordarla.
ResponderEliminarY por volver. :)
Abrazo.
La Lisboa de Muñoz Molina está en tus pinturas. Yo doy fe de haberla visto. Un abrazo
Eliminar:)
EliminarRealizaste un viaje fantástico, querido mío. Los inviernos en Lisboa es lo que tienen.
ResponderEliminarEn general los inviernos... hay que darles calor.
EliminarBuen relato. Por cierto, tu poemario me encantó. Un abrazo
ResponderEliminarhttp://www.revistagroenlandia.com/PDF/el-ruido-de-los-cuerpos-al-caer.pdf
ResponderEliminarJosé Luís...tratas a las palabras como un verdadero maestro, construyes relatos en tan pocas líneas que obligan a exprimirse…no se…yo disfruto un montón leyéndote
ResponderEliminarMe alegra, amigo Giuseppe. Un abrazo fuerte.
Eliminar