Tiene razón Neuman: el español es un idioma que le queda grande
a España. Lo dice sin ánimo de ofender pero con la suficiente insolencia como
para que nos lo planteemos, porque para eso escribe sus barbarismos, para darnos una bofetada de bendita realidad, una
bofetada que no duele lo suficiente porque se da con cierta ironía, una
bofetada de las que te hacen sonreír a no ser que ya estés muerto.
Llegó acompañado de Miguel Ángel
Muñoz. Abrazos, sonrisas, cruces de miradas. Te conozco. Te recuerdo. Una vez jugué contigo al billar. Fue después
de aquella lectura. Hace mil años o ayer, en una ciudad parecida a esta, porque
todas las ciudades se parecen un poco al anochecer, después de la Poesía. Se diría que la gente que se cruza con Neuman se queda
un poco en Neuman, apresada fugazmente en imágenes también fugaces, ecos de mil
lugares que, ensamblados, conforman una memoria portentosa, una memoria que
nunca se rinde a no ser que ya estés muerto.
Neuman, mientras lee, mira a su
público porque su público también le mira, y la mirada, cuando se comparte, es
el lenguaje más universal. Once años después regresa a Una vez Argentina (Alfaguara, 2014). Revisada. Reescrita. Ampliada.
Devuelta a la vida, porque los libros no deberían cerrarse nunca, deberían
seguir creciendo mientras su autor tenga algo que añadir, y siempre hay algo
que añadir a no ser que ya estés muerto.
Neuman es un tipo sorprendente,
un pequeño genio maligno que borda y desborda el lenguaje, que a nadie deja
indiferente. Ácrata, imprudente y
agudísimo, absolutamente heterodoxo -qué precisa descripción de Amalia
Bulnes-, de niño creía vivir en un cuento de Cortázar, creía que la famélica puerta
de su hogar separaba los dos mundos conocidos, Argentina y España, memorias fronterizas
en una niñez transatlántica, escenarios delimitados tan sólo por los enormes
centímetros que también separan el norte del sur, el hambre de la opulencia, o
la verdad de la mentira. La puerta que nos separa de la otra parte de nosotros,
esa que todos ocultamos a no ser que ya estés muerto.
Neuman, Muñoz, Quirosa-Cheyrouze,
Herrezuelo, Iglesias. Salimos de la Villaespesa sin tener claro dónde sorprenderá la
noche a los poetas -cómo puede saber alguien que es poeta, cuáles son los
indicios que le empujan hacia esa certeza-. Lennon
es un mito. McCartney era el verdadero artista. Con la luz, arriamos también
las pocas banderas que nos quedan y, en medio de la despedida, Andrés le pide
prestados unos cuantos centímetros a Juan, unos pocos solamente, los precisos
para poder mirarle a la cara. Acuerdan que los plazos de entrega sean anuales,
lo que igualaría sus alturas al cabo de unos pocos años. Ambos, sin
proponérselo, acaban de escribir un cuento frágil, perfecto, un cuento que tal
vez nadie depositará sobre un papel. Alguien nos recuerda que se hace tarde
para casi todo. Les dejo prestándose esos centímetros de más, o de menos, y me
pregunto quién podría negarse a tomar unas copas con esos tipos. Quién. A no
ser que ya estés muerto.
Pie de foto: Presentación en la Biblioteca Francisco
Villaespesa de Una vez Argentina
(Alfaguara, 2014). Andrés Neuman y Miguel Ángel Muñoz, durante la lectura.
La magia de las palabras, entrevista a Andrés
Neuman.
No es que le quede grande a España el español, el idioma, la lengua, lo que pasa es que los tiranos, los déspotas, los que nos quieren dominar empiezan siempre por corromper y destruir el lenguaje. Las palabras son muy manipulables y es obvio que hoy las tecnologías contribuyen a ello. Basta escuchar a los jóvenes estudiantes cómo se expresan, y si tiramos para arriba, llegamos a los políticos y sus expresiones y discursos. Hoy se tira de: "Tú ya me entiendes". Yo siempre respondo: "No. No lo entiendo si no me lo explicas". Y, evidentemente, no saben decirlo. El lenguaje es una herramienta del pensamiento, sin ella estamos cerca del Neandertal, y, además, sin saber cómo se enciende un fuego sin cerillas y mechero.
ResponderEliminarMe gusta Andrés Neuman, sobre todo en el terreno del relato. He gozado con sus antologías como El último minuto, Alumbramiento y Hacerce el muerto, tanto como su maravilloso librito de aforismos El equilibrista. Y para quedarme con eso que dices al final de tu bello texto sobre estar muerto, dice Neuman en uno de sus aforismos: "La escritura conmueve a los muertos". Me temo que va empezando a tener razón el chico.
Ya me hubiera gustado a mí estar allí con todos vosotros.
Un fuerte abrazo, amigo.
Dicen que existe un nuevo género literario: los comentarios en los blogs. Tú eres una magnífica muestra de ello. Gracias, amigo. Un abrazo
EliminarEste escritor me es completamente ajeno y no me extraña, tampoco me voy a juzgar por no saber de él, ya sabes. Pero los relatos bien contados es lo que tienen, que despiertan la curiosidad de los curiosos, y yo lo soy. Antes de comentarte he estado mirando un poco su biografía y obra, también me ha gustado verle en esa entrevista al pie.
ResponderEliminarEn definitiva una entrada muy rica y que enriquece, a no ser que ya estés muerto.
Abrazos.
Sete.
Es un tipo que se desenvuelve extraordinariamente en todos los géneros. Me quedo con el narrador. Es intuitivo, desconcertante, original. Besos
EliminarEste tipo ofrece una singularidad que no sè explicar pero que me deslumbra. Es como cuando ves a un ajedrecista capaz de mover ficha y de combinar de infinitas formas poèticas las fichas. Eso es arte....disponemos de un idioma rico y hermoso....y a veces tiene uno la sensaciòn de que no le sacamos todo el partido, tiene razòn....un abrazo
ResponderEliminarCreo que lo has definido perfectamente. Un ajedrecista que sobre el tablero impone sus reglas. Perdón... propone sus reglas. Un abrazo
Eliminar"El Tobogán" es notable, mi única aproximación hasta ahora a su literatura. Recientemente presentó el libro que mencionas en la biblioteca principal de mi ciudad y me hubiera gustado ir. Como buen porteño tiene retórica de sobra para convocar público, hace unos años sí pude verlo en la clausura del festival de perfopoesía.
ResponderEliminarTu entrada es genial, no puedo pasarlo por alto.
Un saludo, José Luis.
Es cierto que la retórica ha caído de bruces sobre los porteños. Afortunadamente, nuestros retóricos no llegan a tanto. Los telediarios serían insoportables. Más aún. Un abrazo
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