Yo también fui Javier Cédride. No
el perturbado. Me refiero al amigo de la noche, al colonizador del Loser y sus aledaños, al tipo que
conoció Helena justo antes de atracar en el infierno, aquel hombre fatigado,
ausente, que vivía su vida, la única, como si no fuese la definitiva, como si
se pudiesen dejar pasar los días y las noches en un bucle sucesivo de pérdidas,
de omisiones, de desidia, porque al otro lado nos esperase siempre otra vida
diferente, una vida irreversible, propia, y que paradójicamente nos sonríe.
Sólo queda un ejemplar en casadellibro.com, en buen estado, a un
precio razonable, un ejemplar que se asoma solícito a la pantalla del ordenador
pero que no me permite olerlo ni acariciarlo, esas dos acciones inusitadas que
son el principio y también el final de cualquier novela.
Todo acontece en una ciudad nunca
nombrada, una ciudad anónima levantada por Juan Herrezuelo sobre las ruinas de
esta otra ciudad que yo piso a diario, la ciudad que recorremos muy de mañana
camino del trabajo o al atardecer, cuando los bares empiezan a abrir sus puertas
para cerrar nuestras heridas (cuánto bien ha hecho la buena música a los malos
poetas).
Uno. Sólo uno. En la librería
Alcaná (calle del Marqués de Viana,
número 52), una librería de viejo que se visita en un clic, una librería de
viejo que no puede oler a viejo aunque todavía se parezca -las fotos la
delatan- a uno de esos templos de la literatura en los que se podía pasear y
leer, me refiero a leer de pie entre miles de volúmenes, estantes y signaturas.
Una librería que, siguiendo las nuevas tendencias comerciales, también saca sus
libros a la calle, los desnuda ante la mirada indiscreta y distraída de los
caminantes, gente que anda con prisa atravesando ciudades inhumanas donde ya no
queda tiempo para detenerse ante nada. Ni siquiera ante la vida.
Les decía que yo también fui
Javier Cédride. No el prófugo de sí mismo. Me refiero al Javier que ha
exprimido su juventud hasta no dejarle una sola gota de jugo, al tipo crepuscular
que se niega a envejecer entre los convencionalismos, la costumbre de malvivir
y la felicidad desacostumbrada, al noctívago que se agarra al recuerdo de la
gente que aún no conoce, al que nunca respondió a las pinceladas premiosas que
Ruth deslizaba sobre el lienzo cuando regresaba, desaliñado o destruido,
después de tantas horas de silencio.
Selecciono comprar e
inmediatamente regreso al libro. Quiero comprobar que no queda otro. Le pulso y
casadellibro.com me pide que se lo
venda de nuevo, que le devuelva el artículo que apenas acabo de cargar en mi
tarjeta, el libro que ya ha desencadenado todo un complejo proceso que
culminará cuando el operario de una empresa de mensajería aparezca en mi estúpido
despacho y lo deposite sobre mi mesa.
Para qué negarlo: yo también fui
aquel tipo durante un tiempo, el tiempo que sirvió de puente entre dos vidas
muy diferentes, el que despide a una juventud reacia a bajarse del barco y da
la bienvenida, qué remedio, a este otro tiempo rutinario, un tiempo que siempre
tenemos la impresión de perderlo, de dejarlo escapar entre los dedos, el tiempo
que tarde o temprano acabará con todos nosotros, el que ensaya nuestra muerte a
diario, cada noche, cuando rubrica el final de la jornada con un último y
premioso sorbo al veneno de la fatiga.
Pie de foto: El veneno de la fatiga. (Juan Herrezuelo, Alianza Editorial, 1999).
Vídeo. “Aquí acaban las palabras”: El
miércoles 14 de enero de 2015, Juan Herrezuelo, habiéndole sido arrebatados el
laurel y la rosa, rindió su pluma pero no su penacho.
José Luis, esperas y mereces un comentario pero el respeto que siento por vosotros dos y vuestra trayectoria, sobre todo por la personal como amigos que sois, me abruma y no sé qué decir. Tal vez que en lo particular a Herrezuelo llego tarde, aunque me queda su blog. Y en cuanto a ti que puedo notar tu tristeza o nostalgia. Pero has sabido resarcirte con este tributo sentido. El último libro es tuyo, qué tesoro.
ResponderEliminarAbrazos cálidos.
Sete.
Yo a Herrezuelo no lo daría por muerto... como dirían en un buen western. La Literatura tiene sus momentos ingratos porque es, como cualquier otro mercado, muy desagradecida y poco justa. Y Herrezuelo es, aparte de un buen amigo al que sigo desde hace años, un magnífico narrador. Besos, amiga
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEspero que sólo sea una pausa en el camino. Hay que deternerse a veces y encontrar el camino, algún sendero..carreteras secundarias.
ResponderEliminarUn abrazo para los dos, José luis..Juan Herrezuelo..
Carreteras secundarias... todos ellas diferentes, para aumentar la perspectiva, la objetividad, las miradas. Un beso, amiga
EliminarEl veneno (de la literatura) es dulce y adictivo, vacuna contra la rutina, crea anticuerpos
ResponderEliminarcontra la vulgaridad, estimula la creatividad. La fatiga es peor, acumula cansancio, genera desencanto, propicia la ansiedad. Pero mientras el primero permanece en nuestro sistema inmunitario, el segundo desaparecerá tras un periodo de recuperación y de reposo.
Mi corazón espera, también hacia la luz y hacia la vida, el regreso de Juan Herrezuelo.
Y a ti, José Luis, agradecerte este hermoso testimonio de amistad y recuerdo. Mientras haya rescoldo, algún día se avivará la llama.
Sendos abrazos para ti y para Juan.
Por épocas, tengo ambos venenos, pero prefiero el literario, el que, como bien dices, aviva las llamas. El regreso será sonado. Seguro. Y nosotros lo disfrutaremos. Un abrazo fuerte, amigo Miguel.
EliminarMe alegra que asocies mis reflexiones con una mañana brumosa. Con sólo eso, ya le falta menos a la poesía. Un abrazo
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