miércoles, 11 de febrero de 2015

El veneno de la fatiga

Yo también fui Javier Cédride. No el perturbado. Me refiero al amigo de la noche, al colonizador del Loser y sus aledaños, al tipo que conoció Helena justo antes de atracar en el infierno, aquel hombre fatigado, ausente, que vivía su vida, la única, como si no fuese la definitiva, como si se pudiesen dejar pasar los días y las noches en un bucle sucesivo de pérdidas, de omisiones, de desidia, porque al otro lado nos esperase siempre otra vida diferente, una vida irreversible, propia, y que paradójicamente nos sonríe.

Sólo queda un ejemplar en casadellibro.com, en buen estado, a un precio razonable, un ejemplar que se asoma solícito a la pantalla del ordenador pero que no me permite olerlo ni acariciarlo, esas dos acciones inusitadas que son el principio y también el final de cualquier novela.

Todo acontece en una ciudad nunca nombrada, una ciudad anónima levantada por Juan Herrezuelo sobre las ruinas de esta otra ciudad que yo piso a diario, la ciudad que recorremos muy de mañana camino del trabajo o al atardecer, cuando los bares empiezan a abrir sus puertas para cerrar nuestras heridas (cuánto bien ha hecho la buena música a los malos poetas).

Uno. Sólo uno. En la librería Alcaná (calle del Marqués de Viana, número 52), una librería de viejo que se visita en un clic, una librería de viejo que no puede oler a viejo aunque todavía se parezca -las fotos la delatan- a uno de esos templos de la literatura en los que se podía pasear y leer, me refiero a leer de pie entre miles de volúmenes, estantes y signaturas. Una librería que, siguiendo las nuevas tendencias comerciales, también saca sus libros a la calle, los desnuda ante la mirada indiscreta y distraída de los caminantes, gente que anda con prisa atravesando ciudades inhumanas donde ya no queda tiempo para detenerse ante nada. Ni siquiera ante la vida.

Les decía que yo también fui Javier Cédride. No el prófugo de sí mismo. Me refiero al Javier que ha exprimido su juventud hasta no dejarle una sola gota de jugo, al tipo crepuscular que se niega a envejecer entre los convencionalismos, la costumbre de malvivir y la felicidad desacostumbrada, al noctívago que se agarra al recuerdo de la gente que aún no conoce, al que nunca respondió a las pinceladas premiosas que Ruth deslizaba sobre el lienzo cuando regresaba, desaliñado o destruido, después de tantas horas de silencio.

Selecciono comprar e inmediatamente regreso al libro. Quiero comprobar que no queda otro. Le pulso y casadellibro.com me pide que se lo venda de nuevo, que le devuelva el artículo que apenas acabo de cargar en mi tarjeta, el libro que ya ha desencadenado todo un complejo proceso que culminará cuando el operario de una empresa de mensajería aparezca en mi estúpido despacho y lo deposite sobre mi mesa.

Para qué negarlo: yo también fui aquel tipo durante un tiempo, el tiempo que sirvió de puente entre dos vidas muy diferentes, el que despide a una juventud reacia a bajarse del barco y da la bienvenida, qué remedio, a este otro tiempo rutinario, un tiempo que siempre tenemos la impresión de perderlo, de dejarlo escapar entre los dedos, el tiempo que tarde o temprano acabará con todos nosotros, el que ensaya nuestra muerte a diario, cada noche, cuando rubrica el final de la jornada con un último y premioso sorbo al veneno de la fatiga.

Pie de foto: El veneno de la fatiga. (Juan Herrezuelo, Alianza Editorial, 1999).

Vídeo. “Aquí acaban las palabras”: El miércoles 14 de enero de 2015, Juan Herrezuelo, habiéndole sido arrebatados el laurel y la rosa, rindió su pluma pero no su penacho.

8 comentarios:

  1. José Luis, esperas y mereces un comentario pero el respeto que siento por vosotros dos y vuestra trayectoria, sobre todo por la personal como amigos que sois, me abruma y no sé qué decir. Tal vez que en lo particular a Herrezuelo llego tarde, aunque me queda su blog. Y en cuanto a ti que puedo notar tu tristeza o nostalgia. Pero has sabido resarcirte con este tributo sentido. El último libro es tuyo, qué tesoro.
    Abrazos cálidos.
    Sete.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo a Herrezuelo no lo daría por muerto... como dirían en un buen western. La Literatura tiene sus momentos ingratos porque es, como cualquier otro mercado, muy desagradecida y poco justa. Y Herrezuelo es, aparte de un buen amigo al que sigo desde hace años, un magnífico narrador. Besos, amiga

      Eliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Espero que sólo sea una pausa en el camino. Hay que deternerse a veces y encontrar el camino, algún sendero..carreteras secundarias.

    Un abrazo para los dos, José luis..Juan Herrezuelo..

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Carreteras secundarias... todos ellas diferentes, para aumentar la perspectiva, la objetividad, las miradas. Un beso, amiga

      Eliminar
  4. El veneno (de la literatura) es dulce y adictivo, vacuna contra la rutina, crea anticuerpos
    contra la vulgaridad, estimula la creatividad. La fatiga es peor, acumula cansancio, genera desencanto, propicia la ansiedad. Pero mientras el primero permanece en nuestro sistema inmunitario, el segundo desaparecerá tras un periodo de recuperación y de reposo.

    Mi corazón espera, también hacia la luz y hacia la vida, el regreso de Juan Herrezuelo.

    Y a ti, José Luis, agradecerte este hermoso testimonio de amistad y recuerdo. Mientras haya rescoldo, algún día se avivará la llama.

    Sendos abrazos para ti y para Juan.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por épocas, tengo ambos venenos, pero prefiero el literario, el que, como bien dices, aviva las llamas. El regreso será sonado. Seguro. Y nosotros lo disfrutaremos. Un abrazo fuerte, amigo Miguel.

      Eliminar
  5. Me alegra que asocies mis reflexiones con una mañana brumosa. Con sólo eso, ya le falta menos a la poesía. Un abrazo

    ResponderEliminar